
Nadie testimonia por el testigo
Los tiempos de nuestra lengua
MANIFIESTO
Por: Ulises Matamoros Ascención
YO TENGO UNA SOLA LENGUA Y MIL LENGUAS
En la región más densa de su gramática florece lo forastero, como una tensión que quema y evapora el aire, como una discontinua fuerza que hace pedazos los fundamentos, que destroza lo primario tan solo porque sí. Sus títulos desautorizan la función de la palabra y, aun así, parecen improductivos ante la novedad de lo que viene.
Y, en sus límites difusos no hay bordes finos, abreviaturas, correspondencias o economías; no hay manera de justificar la separación, de interceptar los vínculos, las moradas o los suplementos. Lo que hay es todo gasto, sin principio, sin estirpe. Lo que hay es todo exceso, que se agota en los principios del amanecer. Cualquier trabajo de traducción es ineficiente, es insuficiente, es una traición, un intento doloroso por alcanzar y rozar la piel de otros mundos, de otros cuerpos y de otras lenguas, todas ellas irrigadas por palabras extremas.
Estas lenguas son lo extremo, son ellas mismas externas y, en verdad, extranjeras: son la otra piel y la piel misma, la diversidad misma. Porque todo es diverso… porque así se quiso. Y porque es improductivo hablar de la novedad sin la novedad misma, la novedad de nuestras mil lenguas.
A todo secreto guardado dentro le pertenece su afuera: su exterioridad, como una libertad desobediente que grita desde el exterior y alumbra la casa a través de las rendijas, las hendiduras y las grietas. Un secreto imposible de atrapar con una universidad, con su método, o con la gramática de sus colegios, de sus congresos. Deberíamos ya saberlo: de un nuevo secreto surge otro, y con él, otros dos; y, al menos uno —uno, siempre— permanece fuera, y fuera también de la letra.
En este terreno, situado en el desierto de la escritura —que aún no nos pertenece, ni nos corresponde— apenas intentamos trazar una marca, o una huella. Esta marca, ya dirigida, y desde antes de marcar ya redirigida para ustedes y para aquellos que, desde que les sobra memoria, cargan a cuestas el sudor de su lengua, y habitan su color y su duelo, su dolor y su imaginación contenida, a veces desbordada, colmada de felicidades plenas o disimuladas melancolías. Esta marca, en ustedes y para ustedes, es un secreto que ha estado situado en el cruce de caminos, en el choque de veredas, en la lucha de civilizaciones, oculto en algún aún. Ahí, por ahí, o más aún, cerca de ahí, junto a algún aún, se gesta todavía aquella poética que bordea de otra manera lo real, un saber otro que, ya desde hoy, disloca las palabras para desconectarlas de sus referentes habituales.
Por eso les digo:
Yo tengo una, una sola, una desolada lengua, una sola desolada lengua que cuida mis pasos. Que se desdobla en mil. Y estos pasos caminados, olvidados, serán la nueva marca, una marca que reescribe sobre todas las cosas, una reescritura que disloca lo que escribe. Yo tengo una lengua para esto y para aquello, una para la madre y el amigo, otra para el comerciante y el usurero, y otra también para las noches de plena luna y para los temporales que se avecinan. Tengo una lengua específica para toda autoridad: una lengua que se bifurca para hacerse dos y tres más; una lengua que se sobreescribe, para evitar la aprensión. Esta lengua que tengo, llena de pura impureza, se roza con las pieles de otras lenguas, se goza de su alegría y su frustración.
Ulises Matamoros Ascención, 2025